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La mayor colección discográfica y documental de música afro-latinoamericana y del Caribe, sale de su refugio en San Lorenzo de El Escorial para proponer una reflexión sobre la imagen de la mujer latina: «La mirada ha sido históricamente masculina»
El contraste es apabullante y la meteorología lo hace más impresionante aún, si cabe. No llueve, diluvia sobre San Lorenzo de El Escorial. La sobriedad gris e imponente del Madrid Imperial esconde un pequeño oasis tropical que pocos conocen. Está tras el monasterio, en lo alto de una colina. Si uno se asoma y estira el cuello, desde las cálidas estancias del chalé con jardín se avistan sus muros de piedra renacentistas. Hay lugares que suenan aunque reine el silencio. El hogar de la Fundación Gladys Palmera tiene hoy la radio apagada y, sin embargo, al entrar resulta casi imposible no mover las caderas.
Las paredes son blancas inmaculadas pero sólo es un truco para no quitar ni un ápice de protagonismo al colorido que cuelga de ellas. Hay cientos de carteles históricos, vestigios auténticos de una época y de una cultura. Adentrarse en la Fundación Gladys Palmera es viajar en el tiempo a aquellos años 60 y 70 en que la diversidad de los exiliados dio forma a la identidad latina en EEUU, pero también es adentrarse en una pasión, la de la filántropa Alejandra Fierro Eleta, quien, sin pretenderlo, al menos al principio, convirtió su casa en el mayor archivo discográfico y documental especializado en música afro-latinoamericana y del Caribe.
Los discos son la joya de la corona de una colección que no escatima en fetiches, de la corbata del rey del feeling José Antonio Méndez a los zapatos de colores de Josephine Baker, pasando por un vestido de lentejuelas de Celia Cruz pero también por fichas de casino, ceniceros y cajitas de cerillas, testigos silenciosos de la vida nocturna de los clubes latinos. La discoteca cuenta con 55.000 vinilos, 25.000 CD y 5.000 discos de pizarra para gramófono desde 1899 hasta los años 50.
Hoy toda esa colección musical se extiende por un luminosísimo salón en la planta baja, además de en un garaje reacondicionado para paliar la falta de espacio en el edificio principal, pero antaño ocupaba la última planta de la vivienda, una buhardilla dotada con un sistema de climatización constante para contrarrestar las inclemencias de un tiempo cada vez más caprichoso. «La habitación y el baño de Alejandra se encontraban justo debajo y temía morir aplastada por su pasión», recuerda, divertido, Tommy Meini, curador y responsable de la Colección Gladys Palmera, que comisaría, junto a la chilena Andrea Pacheco, Latina. Mujer, música y glamour, su mayor exposición hasta la fecha, que exhibirá más de 500 piezas en Casa de América entre el 4 de abril y el 5 de julio.
Hablábamos del contraste de ese oasis tropical en la grisura del Madrid Imperial, pero la figura de Tommy Meini como custodio de una pasión caribeña no es menos exótica. Nacido en Arlés, en la provenza francesa que tanto iluminó a Van Gogh, ya desde pequeño gastaba toda su propina en discos. Llegó a la Universidad en Marsella siendo un gran melómano enganchado al punk, la no wave de Nueva York, el rock intelectual de California, y salió de allí con las venas cargadas de ritmos cubanos que había escuchado en la radio. La obsesión lo impulsó a cruzar el charco y sumergirse a fondo en la cultura latina, y esa pasión compartida atrajo como un imán a una excéntrica coleccionista que se hacía llamar Gladys Palmera. Hace una década que es el responsable de mantener y ampliar su colección, que «está bien viva».
Acaba de llegar de Chile y muestra orgulloso su última adquisición, un disco rarísimo de Dr. Mortis y sus Zombies Cumbiancheros de 1977 cuya portada reza, en amarillo sobre violeta: Cumbias que son la muerte, y que es la banda sonora de un mítico personaje de cómic chileno que saltó a la fama en forma de radionovela y de ahí, saltó a la televisión. Le cuesta elegir una única joya de la corona, pero finalmente se decanta por un vinilo que ya desde la portada deja patente por qué no es como los demás. Un sello atraviesa el nombre de la pianista cubana Ivette Hernández, que triunfó en el exilio en Francia: «Traidor a la revolución cubana». «Lo encontré en una tienda de antigüedades sacando discos al azar de una estantería. Ya me iba, un poco frustrado porque no había encontrado nada que me gustara, y miré de reojo aquel último ejemplar: ¡wow!», rememora Meini. «A veces son los artistas los que quieren estar aquí».
«La colección está bien viva, a veces son los artistas los que quieren estar aquí»
Tommy Meini, curador y responsable de la Colección Gladys Palmera
Gladys Palmera nació prácticamente al tiempo que Alejandra Fierro Eleta en los años 50, aunque esa segunda personalidad no emergería hasta más tarde. Hija de madre panameña y de padre asturiano, descendiente de una rica familia de industriales, los veranos de su infancia en Mallorca sonaban a los boleros cubanos de Olguita Guillot o a los mexicanos de Elvira Ríos. A los 18 comenzó sin pretenderlo su colección de vinilos. «Pasé seis meses en Panamá, donde tengo muchísima familia, y recuerdo perfectamente que mi primer disco, como no podía ser otro, fue Metiendo mano de nuestro querido Rubén Blades», cuenta ella misma en un vídeo en el que presenta su antología.
Cuando la joven Alejandra hubo atesorado más de 12.000 vinilos y 20.000 CD, decidió que aquello tenía que compartirlo con el mundo, y qué mejor manera que hacerlo a través de la radio. Al plantear su recién descubierta vocación de DJ a su padre, él contestó: «Haz lo que quieras, pero en mi nombre, no». Dicho y hecho, se llamaría Gladys Palmera. En 1999, y tras pasar por varias emisoras, se llevó el estudio a casa y fundó su propia radio, a la que puso su nombre y que hoy emite por internet desde aquella buhardilla que otrora fue discoteca. El proyecto le valió el Premio Ondas en 2015.
El futuro del oasis tropical en mitad de la sierra madrileña que hoy visitamos es brumoso, ahora que su fundadora empieza a pensar en su legado. EL MUNDO ha podido saber que la Fundación Gladys Palmera negocia con el Ministerio de Cultura donar su colección a cambio de construir en Madrid un museo de la música latina. Aunque esa es sólo una opción y sus responsables prefieren no entrar en detalles mientras no haya nada seguro: «Queremos que la colección quede íntegra, que no se divida», afirma su curador. «Nuestra misión es dejar un legado para las futuras generaciones, esa será nuestra recompensa».
De momento, la primera gran apertura al público de la Colección Gladys Palmera tomará forma de uno de los grandes fetiches de Alejandra Fierro Eleta, al que ella se refiere directamente en inglés: latin divas. «Mi gusto por las latin divas creo que se basa en el romanticismo, en el empaque que impregna a la mujer en sus interpretaciones. Lo que es pura sangre en las venas. Quizá suene feminista y quizá un poquito de eso hay», concede la coleccionista mirando a cámara.
«La historia tiende a ser cíclica y hoy vivimos de nuevo el empoderamiento mediante la sexualización»
Andrea Pacheco, comisaria de la exposición Latina. Mujer, música y glamour
Para estudiar la representación de la mujer latina en la industria musical a lo largo de los años, los comisarios han realizado una labor que casi podría tildarse de arqueológica, y en ella han hallado nuevos enfoques de estudio: «Un día estábamos seleccionando carteles y llegó un momento en que nos preguntamos: ¿no nos está quedando demasiado Almodóvar? Es innegable la influencia que la iconografía de la música latina ha tenido en los artistas contemporáneos», expone Andrea Pacheco.
Para ella, de hecho, sin aquellas Josephine Baker o Celia Cruz no existirían estas Shakira o Karol G. «Históricamente, la artista podía ser femenina pero la mirada ha sido siempre masculina», explica, y cuenta cómo le resultó imposible encontrar a creativas mujeres tras alguna portada de un disco: «Las habría en los estudios, pero el resultado final siempre lo firmaba un hombre».
«Desde los años 60 y 70 se producen dos fenómenos simultáneos: la imagen de la mujer latina se va hipersexualizando, pero en paralelo se produce el empoderamiento feminista del mundo occidental», dice, y apunta que el mayor reto ha sido no caer en una visión moralizante ante las portadas siempre tan sexy: «En cualquier caso, ellas tomaron la decisión de estar allí, con más o menos ropa». Y aquí llegan las divas latinas modernas: «La historia tiende a ser cíclica y hoy vivimos de nuevo el empoderamiento mediante la sexualización. Todas estas mujeres, de Josephine Baker a Chavela Vargas, son el motivo por el que dos artistas colombianas pueden convertirse en estrellas internacionales. La diferencia ahora es que Shakira o Karol G controlan sus carreras por completo».
La mujer latina se ha tomado la revancha, y la clave de su éxito está escondida en un pequeño oasis tropical en la Sierra de Madrid.


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