Visitas: 1
Gran lección de dance-pop de la estrella británica en el primero de sus conciertos en la capital, ante 15.000 entregadas personas
Este domingo por la tarde ha sido sábado por la noche en el Movistar Arena, que tampoco ha sido un recinto de conciertos, sino una enorme discoteca para 15.000 personas que han segregado dopamina a chorro. Dua Lipa es sinónimo de fiesta y fiesta a todo trapo es lo que ha ofrecido en el primero de sus dos conciertos en Madrid, para los que se han vendido todas las entradas.
El público ha entrado al palacio de deportes con la mentalidad de una clase colectiva de gym y ha salido, tras casi dos horas de grabar vídeos en vertical y bailotear con los brazos al cielo, con la sonrisa en la cara: los grupos de chicos y chicas, los cuarentones, las niñas tras su primer encuentro con el ritmo del bombo 4X4 rebotando contra el esternón y, sobre todo, la gente de la primera fila a la que la artista ha abrazado y con la que hablado y se ha hecho selfis en medio del concierto.
La promesa de una felicidad, de un amor y de una sensualidad eternas ha quedado clara desde que la estupenda cantante ha emergido delante de la imagen de un oleaje en bucle, que se proyectaba en la pantalla gigante que se extendía en el fondo. En el escenario, el símbolo del infinito daba forma a esa propuesta de sumergirse en un interminable sueño gozoso.
En su regreso a Madrid tras ser cabeza de cartel del festival Mad Cool en julio pasado, Dua Lipa ha concentrado el repertorio de su concierto en su tercer álbum, Radical Optimism, del que ha interpretado prácticamente todas las canciones. Algunas son simplemente perfectas: funcionan como artefactos de dance-pop astutamente diseñados para elevar el ánimo y la energía de todo el que se entrega a su eficacia implacable. Contienen una enorme variedad de recursos de la historia de la música dance y transmiten mensajes potentes de independencia, poder y picardía en melodías que se cantan solas. Es el caso de Training Season, con la que ha empezado el concierto, Illusion, en uno de los momentos cumbre de la actuación, y por supuesto de Houdini, con la que ha terminado para despedirse entre fogonazos de rayos láser y el sexto cañonazo de confeti.
Otras canciones de su último disco, sin embargo, carecen de esa fuerza, y aunque la artista británica de origen albanés ha ido alternándolas con apuestas seguras de su catálogo, a ratos el concierto ha bajado de nivel y ha ofrecido momentos intrascendentes (fue evidente en el segundo acto).
Además de hits impepinables como One Kiss (su colaboración con Calvin Harris, que suma casi 2.500 millones de escuchas en Spotify), ha reservado un espacio privilegiado en el bis para Dance The Night, su simpático homenaje al sonido disco-pop de la película Barbie, con su estribillo inocentón y su doble palmada. Experta en engatusar audiencias, Dua Lipa ha hablado en castellano y también ha hecho una versión de un tema español, Héroe, de Enrique Iglesias. «Estoy tan agradecida y tan enamorada de Madrid y de España», ha dicho con esa naturalidad de diva maja que proyecta.
De su obra maestra de sonido retrofuturista, Future Nostalgia, ha interpretado seis canciones, que ha ido repartiendo durante el concierto en los cinco actos en los que se ha dividido el ‘show’ (con sus correspondientes cambios de vestuario). Cada una de ellas ha sido una demostración y una celebración de todo lo bueno que puede ofrecer el pop, y son los principales motivos por los que hoy es una estrella mundial: Break My Heart, Levitating («¡yeah yeah yeah yeah yeah!»), Physical (atómica), Hallucinate (discotecón), Love Again (entre un anillo de fuego, la gente como loca) y Don’t Start Now (la gran coreo).
El concierto de esta noche marca el comienzo de su gira europea. Cada movimiento y sonido están medidos y coreografiados al detalle, con 12 bailarines en escena y un segundo escenario circular en el centro de la pista, que permite una mayor cercanía al público. Y todo ello retransmitido por la gran pantalla central como un espectáculo de televisión, diseñado con numerosos momentos pasmantes y hasta icónicos, con la manifiesta intención de conseguir la viralización en redes sociales. Está todo tan controlado que de hecho el equipo de la artista exige por contrato ver las fotos de los fotógrafos antes de su publicación y seleccionar las que se pueden usar, una petición inadmisible para este diario (por ello se decidió no acreditar a un fotógrafo e ilustrar esta crónica con una imagen de un concierto pasado).
El nivel de control también se extiende a la música, interpretada por un amplio grupo cuya misión es reproducir el alto nivel de sofisticación de la producción de los discos. El último de ellos lleva las firmas de dos productores, compositores y arreglistas muy distintos: Danny L. Harle, uno de los creadores del hyperpop en PC Music, arquitecto del fabuloso sonido de Caroline Polacheck, mano derecha de yeule y compañero de A.G. Cook (la mano que mece los ritmos de Charli XCX); y Kevin Parker, cerebro de los australianos Tame Impala, uno de los grandes grupos de pop-rock psicodélico de la última década.
Aunque Dua Lipa ha ejecutado coreografías con cierto movimiento, se ha asegurado de no quedarse sin aire y poder cantar con la potencia y la autoridad que requieren sus estribillos, especialmente los más heroicos. Con un rango vocal de mezzo soprano, su voz ofrece los tonos graves de una mujer hecha y derecha: firme, embaucadora y propensa a la rebelión, a juego con su fabulosa melena. Esta mujer brava que cumplirá 30 años en verano, porque por supuesto ella es verano, ofrece la sensualidad y la confianza que proyectan las voces graves, frente a los agudos aniñados de otras vocalistas.
Con sus dos conciertos en Madrid comienza una temporada de locos para los fans españoles del pop anglosajón. Los días 30 y 31 de mayo el también británico Ed Sheeran actuará en el estadio Metropolitano de la capital. La semana siguiente el Primavera Sound traerá a Barcelona a Charli XCX, Sabrina Carpenter y Chappell Roan como cabezas de cartel. Y los días 14 y el 15 de junio Billie Eilish ya ha vendido todas las entradas del Palau Sant Jordi barcelonés.