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Michael Trotter, con el fin de superar sus temores durante la guerra de Irak, dio sus primeros pasos en el mundo de la música en un piano que perteneció a Saddam Hussein.
Michael Trotter estaba en tercer grado de primaria cuando tuvo la oportunidad de aprender a tocar el piano y no la aprovechó.
La segunda oportunidad se le presentó más de una década después, pero esta vez le tocaría ser autodidacta. Eso sí, aprendería en un palacio en Bagdad y en un piano que había sido propiedad del expresidente iraquí Saddam Hussein.
Era el año 2003 y Trotter formaba parte de las tropas estadounidenses que participaban en la ocupación de Irak.
Aquella experiencia transformaría su vida en muchos sentidos, le dejaría importantes heridas físicas, mentales y emocionales, pero también sería el inicio de una carrera musical que ahora luce una trayectoria ascendente.
Trotter forma parte, junto a su esposa Tanya Trotter, de The War and Treaty, un dúo que con tres discos en su haber ha ido forjándose un lugar propio en la escena musical estadounidense, que ya le ha valido una presentación en 2020 en la entrega de los Grammy y una nominación a los premios de la Academia de Música Country este 2023.
Y, en gran medida, todo esto comenzó en un palacio con piano.
El “eslabón más débil”
La primera vez que Trotter tuvo contacto con aquel piano de Hussein fue gracias a Robert Scheetz, uno de los capitanes de su unidad.
“Él notó el temor que yo tenía cuando llegué a Irak. No es como ir a Disney World. Vas a la guerra y desde el momento en el que llegas lo sientes. Puedes oír los disparos, las explosiones e incluso puedes oler la pérdida de vidas”, cuenta Trotter.
“Scheetz me identificó como el eslabón más débil, como la persona que podía morir o hacer que mataran a otro. Él necesitaba sacarme de mi miedo y en mi perfil leyó que la música era lo que me libraba de cualquier cosa. Entonces, como él sabía que en el palacio donde habíamos establecido nuestra base había un piano de Saddam Hussein, él me llevó hasta el sótano donde se encontraba”, añade.
Era un piano vertical negro. “Magnífico”, lo describe Trotter, quien confiesa que solo mucho tiempo después -cuando pudo tocar otro piano- descubrió lo desafinado que estaba.
No era fácil llegar hasta aquel sótano. Para hacerlo había que subir a través de escombros, ladrillos y ruinas. Un recordatorio más de la guerra en la que participaba.
“Cuando piensas en un palacio, imaginas lo hermoso que era, pero este era un palacio bombardeado. Entonces, algunas de las paredes estaban derribadas, parte del techo aún estaba abierto. Y muchas partes estaban destruidas. Así que a veces tenía que pasar por encima, gatear o trepar sobre escombros, solo para llegar a este piano”, dice.
Siguiendo el consejo de Scheetz, quien lo invitó a usar el piano “cuando quisiera encontrar su camino de vuelta a casa”, Trotter estuvo bajando a diario al sótano durante 15 meses, intentando aprender a tocarlo.
Buscando armonías
El amor por la música le viene de familia. Su abuela materna toca el piano y todas sus tías cantan góspel. También lo hace su madre, a quien describe como una cristiana muy devota y cuyo fervor religioso terminó marcando la afición de Trotter a la música.
“Yo crecí en Cleveland (Ohio), donde había una plétora de estaciones de radio que ofrecían todo tipo de cosas buenas y muchas malas. Y mi mamá, para asegurarse de que yo no me enganchara a las malas, hizo un arreglo en la radio de casa para que solamente se pudiera sintonizar una estación AM en la que durante el día solamente se hablaba de la Biblia, pero por la noche ponían algunas canciones viejas y buenas. Y, honestamente, eso fue lo que definió mi gusto musical“, comenta.
Así fue como conoció la música de Nat King Cole, Willie Nelson, Patsy Cline, Nina Simone, Harry Belafonte o los Everly Brothers.
“No tenían un formato concreto. Si era música buena, ellos la ponían. Recuerdo que en esa radio también escuché a una mujer que gritaba “Azúcar, azúcar”. Y yo me preguntaba, ¿quién es ella? (Celia Cruz). Todo era muy emocionante“, recuerda Trotter.
Así, cuando tuvo la oportunidad de sentarse ante aquel piano de Hussein, aunque no sabía cómo tocarlo, Trotter ya estaba enganchado a la música.
“Yo siempre había podido oír las notas y podía armonizar. Entonces, yo bajaba allí y con un dedo iba probando. Mi estrategia consistía en hallar tres notas en el piano. La armonía. Yo no sabía que se llamaban acordes. No conocía ningún término. Y una de las canciones con las que empecé fue Lean On Me, porque es muy fácil de tocar en el piano”, cuenta Trotter, quien se pone a tararear este tema clásico de Bill Withers.
“Así, de pronto, decía ‘wow’. Esto suena genial junto. Y pensé que si intentaba con mi mano izquierda lo mismo que hacía con la derecha, quizá podía encontrar la manera de tocar. Y, antes de darme cuenta, estaba desarrollando mi propio estilo en este magnífico instrumento”, agrega.
Canciones para funerales
Trotter disfrutaba al sentarse cada día en el piano, intentando aprender a tocar y componer, pero no fue sino hasta que el capitán Scheetz murió durante una misión, cuando su relación con aquel instrumento tomó su verdadera dimensión.
“Yo tocaba y había veces en que sentía que tenía algo bueno. Pero me faltaba una conexión emocional con el instrumento, hasta que a él lo mataron, porque entonces tuve un nuevo propósito, una nueva razón para aprender a tocar. Quería honrarlo a él y a mis compañeros. Quería conectar con ellos y tener una sensación de sanación. Creo que su muerte me desbloqueó y me permitió conectar con el instrumento y adentrarme en la escritura”, señala.
Trotter escribió su primera canción en honor a Scheetz y la cantó para sus compañeros durante el funeral, un gesto que terminaría por dar un vuelco a su vida.
“Usualmente, durante los funerales militares, los soldados son muy estoicos. Se mantienen muy controlados, pero durante esta canción, no lo hicimos. Nos quebramos, lloramos juntos y nos abrazamos. Y esto cambiaría mi trabajo”, cuenta.
“Mi comandante vio ese momento. Y quiso saber si yo escribí la canción y cuánto tiempo me tomó. Le respondí y entonces me dijo: ‘bueno, ahora este será tu trabajo. Vas a escribir canciones sobre los caídos y las vas a cantar en su funeral. Porque eso está ayudando a sanar a nuestros muchachos y, de una manera extraña, está elevando la moral de mi unidad”, agrega.
Música y sanación
Esta nueva función daría un nuevo sentido a su estancia en Irak.
Cuando Trotter decidió enlistarse para ir a la guerra intentaba poner orden en su vida. Tenía 20 años de edad y su novia de entonces acababa de quedar embarazada.
“Estaba decidido a dejar de tomar decisiones horribles. Iba a hacer algo para asegurarme de que mi hija tuviera una oportunidad en la vida y de que iba a poder cuidar de ella. Así que me uní al ejército porque eso significaba tener seguro médico gratuito y ya no tendría que preocuparme del alquiler ni de otra cosa más que de la comida y de la factura del celular”, cuenta.
Pero, como descubrió cuando regresó de Irak por primera vez, gracias a la música había encontrado allí algo más que seguridades materiales.
“La segunda vez que me enlisté para ir a Irak lo hice por elección. Cuando volví a casa me sentí muy vacío. Sentí que ya nadie entendía quién era y que estaba desorientado, sin objetivos. Sentía que mi trabajo allá no había terminado y que debía volver con mis muchachos para ayudarlos a sanar, por lo que volví y me quedé allí hasta febrero de 2007”, comenta.
Durante esa segunda gira en Irak, Trotter se dedicó principalmente a hacer música, pero al regresar a EE.UU. nuevamente quedó desorientado.
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