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La cantante colombiana da un recital largo, intenso y desafiante ante una multitud entusiasmada. Le quedan tres noches en el Bernabéu
Los conciertos que se celebran en grandes estadios son como la religión o como la patria: se sienten o no se sienten. Lo malo es intentar darles un sentido. Karol G, la cantante colombiana que irrumpió en 2017 como la voz que habría de llevar la música urbana latina al espíritu del nuevo feminismo del siglo XXI, llenó ayer el Santiago Bernabéu de Madrid como lo llenará en las próximas tres noches, y logró que 72.000 personas vivieran dos horas y media de euforia in crescendo. Primero mucha euforia y después más. Los de Madrid serán los últimos de una gira de 59 conciertos que empezó en Las Vegas en diciembre y que ha recorrido América Latina y Estados Unidos (en escenarios XXL como el EstadioAzteca o el Rose Bowl de Los Ángeles) y Europa (en formato arena, hasta la apoteosis madrileña). No hay nada que entender en datos hiperbólicos así ni en el carrusel de colores y golpes de efecto de un concierto como el de anoche. Si acaso, se pueden contar.
Algunos datos previos: la Karol G que ha llegado hasta estas alturas es y no es la cantante de 2017. En aquella época, su figura tenía un significado más desafiante. Despacito de Luis Fonsi fue la canción omnipresente de aquel año, J. Balvin y Bad Bunny eran figuras emergentes y Donald Trump estaba a mitad de su mandato en La Casa Blanca. El paisaje era propicio para que una mujer colombiana construyese un personaje como el suyo, a la vez hedonista, rebelde y dramático. Para ganarse su sitio, la colombiana se basó en un sonido un poco más pop que reguetón, pero no del todo inocuo en sus mensajes. «Ahora solo quiero los mejores tragos y la ropa traída de Dubái», cantaba en Ahora me llama y en ese verso se podría resumir el gran tema del cancionero de Karol G: el de la mujer despechada que, en vez de llorar sus penas, se defiende del dolor en el placer.
Los padres de los espectadores de los conciertos de Karol G en Madrid dirán que ese molde no es nada nuevo, que es el mismo tema de Mina, de Rocío Jurado, de María Félix, de Courtney Love… Para la música latina de 2017, fue un mensaje irresistible. Desde entonces, Karol G lo ha llevado hasta el límite de la casi punk Ojos Ferrari («Hoy se bebe, hoy se fuma, hoy se jode / Y beber, y beber, y beber, y beber / Y joder, y joder, y coger, y coger»), lo ha convertido en el pop sofisticado en TQG y lo ha devuelto hasta su versión más amable en Si antes te hubiera conocido, su último single. Si antes te hubiera conocido es en realidad un merengue que habla de un adulterio anhelado pero podría sonar en cualquier boda bien y ser bailada por novios y suegros.
Al escuchar la canción, se hace evidente que la voz acariciante es uno de los mejores dones de Karol G y que le ha marcado el camino. Mientras que Nicki Nicole se encanalla y Rosalía se vuelve arty, por nombrar a dos artistas con las que podría compartir público, Karol G tiende a una especie de reguetón confort. Incluso su imagen ha evolucionado, se ha vuelto onírica, como si la cantante se hubiese convertido en una sirena de pelos de colores pastel y ropas de telas vaporosas. El concierto del Bernabéu estuvo bien, entre otras cosas, porque mostró que la cantante de Medellín también se rebela contra esa inercia.
TQG fue el comienzo del concierto de Madrid, la apuesta segura en un primer tramo de éxitos infalibles: El barco, X si volvemos, Tusa… Karol G había llegado al escenario como si fuese una replicante de Blade runner 2049, bella y gélida, pero se fue despejando de máscaras canción a canción. En Amargura, el sexta tema, cambió definitivamente el ánimo del concierto hacia algo más íntimo y relajado.
De eso va también la capacidad de Karol G para conectar con su público (a ojo, una proporción de cuatro mujeres por hombre; más veinteañeras que adolescentes, pocas niñas). Va de conseguir una implicación personal intensa. La vida personal de la cantante ha sido escenificada en las redes sociales en sus días de felicidad, en los de desesperación, en los de ebriedad y en los de resaca. Los fans de Karol G odian a su ex malo, desconfían de sus competidoras, quieren a sus padres… La viven como una película de dibujos animados. La música pop se ha convertido en eso: en una manera de intimidad que consuela de la soledad de la vida.
¿Qué se puede decir de Mañana será bonito como puesta en escena? Que, aunque suene a tópico, no hay un diseño artístico que iguale al color de la masa. Existe un disfraz más o menos oficial para los conciertos de Karol G: botas de cowgirl, minifalda vaquera, top rosa, sombrero de ala ancha fucsia, maquillaje performativo. El modelo acepta infinitas variaciones, todo lo que cabe entre How to have sex y Amor de gavilanes, entre La Sirenita y Showgirls. Por supuesto que es fácil caricaturizar ese paisaje, pero fue bonito ver anoche el Bernabéu lleno de un público que probablemente lo ha sentido siempre como ajeno.
El concierto de Karol G osciló entre sus dos identidades, la onírica y dulce, y la de tanguista descangayada contemporánea. En el primer tramo de su espectáculo, Karol va poco más que desnuda. En el segundo, parece una lolita tokiota. Después se viste de sirena, de Metrópolis de Fritz Lang y acaba como si estuviese cenando pizza en casa. Cuando ataca con las canciones más oscuras de su repertorio, dan ganas de adentrarse en lo más perdido de la noche. La parte pop parece más rutinaria pero su público fue indiscutiblemente feliz con lo que le dieron. La calidad del sonido fue por barrios, como de costumbre.
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